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¿Hay algo que rescatar de las terapias alternativas?

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Este artículo es una colaboración de Jesus Méndez con la Agencia Sinc.

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Una controvertida columna en la prestigiosa revista científica Nature ha defendido el estudio de las terapias alternativas. Aun admitiendo que no funcionan como sus practicantes proclaman, su autora instaba a valorar los beneficios que aportan a través del efecto placebo. Recibió una gran cantidad de críticas, pero sus detractores coinciden en algo: deberían estudiarse los mecanismos por los que estas pseudoterapias fraudulentas logran ciertos resultados. Quizá la medicina podría aprovecharlos.

Imagen: Fotolia

 

El Hospital Princesa Alexandra del Reino Unido ofreció en 2015 una plaza de terapeuta de reiki para trabajar en su unidad de tratamiento contra el cáncer de mama. Según la convocatoria, la terapia aportaría “alivio espiritual a los pacientes para ayudarles a hacer frente a las dificultades emocionales, físicas y espirituales de su experiencia con el cáncer”. El reiki es una terapia basada en una supuesta fuerza vital o energía universal que el terapeuta canaliza a través de sus manos para tratar enfermedades y desequilibrios. Sin embargo, ningún estudio científico avala su eficacia para ninguna dolencia, al menos no más allá de un teórico efecto placebo.

“Una locura, un chiste, exactamente el tipo de cosas que los sistemas de salud no deberían hacer”, fueron algunas de las opiniones en contra de la decisión. Así lo afirmaba la periodista científica Jo Marchant en una controvertida columna publicada en la revista Nature en octubre de 2015. Controvertida porque, en contra de las reacciones disuasorias contra las pseudociencias, Marchant aboga por rescatar la parte útil que podrían aportar.

“Seamos claros: como muchas terapias alternativas, estas prácticas no funcionan mejor que el placebo”. A partir de ahí, se mueve en un equilibrio que muchos científicos consideran peligroso e inestable. Denuncia que incorporar estas terapias, con sus auras y campos de energía, promueve el pensamiento mágico y disminuye la confianza en la medicina convencional.

Pero, al mismo tiempo asegura que esta, con sus horarios apretados y el exceso de trabajo de sus profesionales, a menudo fracasa en la faceta más humana de su atención.

Por eso alienta a estudiar y emplear la parte ‘efectiva’ de las terapias alternativas, porque negarlas es dejar a los pacientes “huérfanos”; y propone llevar a cabo ensayos clínicos para discernir qué elementos son los que funcionan: ¿la conversación, el ambiente, el contacto físico?

Curanderos para rellenar los huecos del sistema

“El hecho de que pueda haber fallos en el diseño de los aviones no implica que existan alfombras voladoras”, aseguraba Ben Goldacre, médico y autor de los libros Mala Ciencia y Mala Farma. En la misma línea, el cirujano oncológico David Gorsky argumentaba su respuesta a Marchant: “Solo porque existan problemas en la medicina no significa que debamos contratar curanderos, como terapeutas reiki, para rellenar los huecos”.

Es lo que sostiene en su blog Respectful Insolence: “Si los médicos y las enfermeras no tienen el tiempo o la formación suficiente para proporcionar el contacto humano, entonces la respuesta es cambiar el sistema para que tengan ese tiempo, y formarlos para que lo hagan mejor. (…) Marchant propone una falsa dicotomía: o abrazamos el curanderismo o abandonamos a los pacientes. Es falsa porque no tenemos que abandonar la ciencia y la razón para evitar abandonar a los pacientes, y porque los problemas con el contacto humano que puede haber en la medicina no necesitan de la magia para resolverse”.

Preguntada al respecto por Sinc, Marchant defiende su postura: “Sé que a algunos críticos les preocupa que recomendar terapias alternativas disminuya la confianza de los pacientes en la medicina racional basada en la evidencia. Para mí, es más probable que la confianza disminuya al negar la ayuda que esas terapias pueden proporcionar”, continúa la periodista, que además es doctora en Microbiología.

“Creo que debería hacerse de manera honesta, explicando a los pacientes que no funcionan mediante campos de energía ni nada parecido, sino mediante un mecanismo de autocuración, o alguna expresión similar. Si no, les dejaríamos sin ninguna opción más que aceptar las explicaciones pseudocientíficas ofrecidas por algunos de estos terapeutas”, opina.

Otra de las críticas que ha recibido Marchant es que no deja claro que estas terapias alternativas o complementarias –el adjetivo depende de su uso como sustituto de la medicina convencional o como complemento– solo han demostrado mejorías en síntomas que acompañan a algunas dolencias, nunca en enfermedades graves. Pueden contribuir a aliviar dolor, náuseas o ansiedad, pero en ningún caso disminuyen el tamaño de un tumor ni aumentan el tiempo de supervivencia, de la misma forma que no reparan infartos. Además, lo consiguen a través del efecto placebo.

Solo hay cierta evidencia de un beneficio mayor al del placebo en el caso de la acupuntura contra las náuseas producidas por la quimioterapia, o para aliviar algunos tipos de dolor, pero las ‘falsas acupunturas’ ofrecen un resultado similar. Jamás la homeopatía, el reiki o la reflexología han conseguido efectos convincentes más allá de lo que se logra con un sucedáneo que funciona como placebo.

Acupuntura / Fotolia

Una propuesta audaz con muchos riesgos

Los peligros de abrir la puerta a las terapias pseudocientíficas son numerosos. En primer lugar, perjudican la salud. El pensamiento mágico debilita la confianza en la medicina y, una vez perdida, los pacientes pueden sentirse tentados a abandonar los tratamientos médicos. Fue el caso de Mario, un joven con leucemia que murió después de que un naturópata le recomendara dejar la quimioterapia (…)

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