Esta es una colaboración de Jesús Méndez con el diario El País.
Un enjambre de profesionales, muchos de los cuales han interrumpido voluntariamente sus vacaciones para asistir, se arremolina en torno a la mesa de operaciones. Solitario, a un aparente mundo de cuatro metros de distancia (“pero podría estar en Nueva York”, comenta), Antonio Alcaraz, jefe del servicio de urología en el Hospital Clinic de Barcelona, controla los mandos del robot Da Vinci con el que ejecuta la operación: un robot de cuatro brazos como patas de araña de precisión más que milimétrica. Es el tercer trasplante de riñón que se realiza mediante cirugía robótica en España, todos en este mismo verano. Y su intención es que haya llegado para, paulatinamente, quedarse.
El primer trasplante renal lo efectuó Joseph Murray en 1954, lo que le valió para recibir el premio Nobel en 1990. Ahora mismo en España se realizan más de 4.000 trasplantes cada año, de los cuales aproximadamente 2.500 son de riñón. Pero aunque “tratamientos como los inmunosupresores para prevenir el rechazo han evolucionado mucho, la cirugía estaba hasta hace poco estancada. Apenas se introducían cambios menores”, asegura Alcaraz. Uno de los cambios significativos lo inició su propio equipo, hace cuatro años, y tenía que ver con el donante. Mediante técnicas de laparoscopia (la inserción de pequeños tubos en el abdomen) lograron aprovechar orificios naturales para extraer el riñón a “regalar”: la vagina en el caso de las mujeres, el ombligo en el de los hombres. Eso permitió disminuir notablemente la cicatriz y mejorar la recuperación posterior de los donantes. Y algo parecido parece conseguir el robot —la segunda gran evolución— en el receptor.
“Implantar un riñón es complicado”, comenta Alcaraz. La extracción del donante es más sencilla, pero colocarlo implica unir la arteria y la vena principales del nuevo riñón con vasos sanguíneos del propio paciente. Y conectar el nuevo uréter a su vejiga. “Hasta ahora tenía que usarse la cirugía abierta. No usamos la laparoscopia porque los instrumentos son rígidos, y no permiten maniobrar como sería necesario”. Eso no sucede con el robot: las diferentes herramientas se mueven con la libertad de una muñeca humana. “Incluso más”, comenta Alcaraz, “porque permite giros de hasta 500 grados, aproximadamente una vuelta y media”. Además, ayuda a mejorar la precisión, porque reproduce los movimientos a escala de diez a uno: Alcaraz ejecuta movimientos grandes para conseguir desplazamientos diminutos. Y permite la visión en tres dimensiones, algo que solo recientemente ha llegado a la laparoscopia, y que hace que el cirujano pueda valorar la profundidad, casi la textura.
¿En qué se traduce todo esto?
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Puedes seguir leyendo el artículo y ver el vídeo-reportaje preparado junto con Pau Sanclemente pinchando en la imagen del vídeo o directamente aquí, en el diario El País (contiene una entrevista a Antonio Alcaraz junto con la visita que hicimos al quirófano mientras efectuaba su segundo trasplante de riñón con el robot).